LA CLONACION HUMANA
La clonación reproductiva
En el laboratorio, la clonación se basa en extraer de una célula adulta el núcleo, el cual contiene el material genético, para introducirlo en un óvulo previamente enucleado, es decir al que se le ha extraído el núcleo. Se obtiene así un embrión genéticamente idéntico al adulto del que se obtuvo la célula de partida y que se implanta en el útero de la madre portadora, en cuyo vientre se desarrollará el feto.
Este proceso, equivalente a la fabricación artificial de gemelos monocigóticos, dio lugar en 1997 a Dolly, primer mamífero clonado con éxito, la cual no solo "inauguró" un zoo de duplicados genéticos al que se sumaron luego cabras, vacas, cerdos, ratones, gallinas y gatos, sino que supuso una advertencia de que podía llegarse a lo ahora anunciado por la empresa Clonaid: la clonación humana. La clonación reproductiva tiene por tanto el objetivo de reproducir seres humanos completos. Sin embargo, y aunque el proceso técnico de clonación es harto sencillo, a los escrúpulos éticos y religiosos que pueden aducirse en su contra se suma le hecho de que los clones parecen abocados a graves problemas de salud, entre ellos el envejecimiento prematuro, similar al observado en la oveja "Dolly" y según un informe científico británico.
Clonacion terapéutica
La clonación terapéutica no se encamina a la obtención de un individuo si no a la manipulación de células embrionarias procedentes de un paciente, a partir de las cuales se puedan desarrollar tratamientos en los que el problema del rechazo se eliminaría.
Las células embrionarias o troncales poseen la peculiaridad de que pueden dar lugar a cualquiera de los doscientos tejidos del cuerpo humano, lo que promete revolucionar el campo de los trasplantes y el tratamiento de enfermedades como las de Alzheimer y Parkinson.
Sin embargo, la experimentación con esas células plantea problemas éticos, pues su extracción supone la muerte del embrión, por lo cual los antiabortistas consideran que equivale a la interrupción de un embarazo.
La mayoría de los científicos, en cambio, consideran que sólo se podría hablar de aborto si los embriones se extrajeran del útero de la madre, cosa que no ocurre, puesto que para este tipo de investigaciones se emplean embriones desechados en tratamientos de fertilización in vitro.
Las células troncales embrionarias pluripotentes fueron aisladas por primera vez en 1998 por un equipo de la Universidad de Madison (Wisconsin, EEUU) dirigido por James Thompson.